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En aquellos tiempos, ante el pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía comenzó a pensar en aquella tarde lejana, cuando viajó con su padre hacia lugares maravillosos donde exploró el hielo. En ese entonces, Macondo era una aldea de veinte casas de barro y cañabrava edificadas junto a un río de aguas diáfanas que fluían por un camino de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan nuevo que muchas cosas no tenían nombre y era necesario señalarlas con el dedo para mencionarlas. Todos los años, por marzo, una familia de gitanos desastrados instalaba su carpa cerca de la aldea y, con un gran ruido de pitos y timbales, anunciaban los nuevos inventos. -Gabriel García Márquez, "Cien años de soledad".